El Pan de la Palabra – Domingo I de Cuaresma

Querid@s amig@s: 

En este domingo celebramos el primer domingo de Cuaresma, tiempo fuerte por antonomasia, tiempo de gracia como nos decía San Pablo el miércoles en la carta a los Corintios. Comparto con todos vosotros otra carta en un documento adjunto, es la que escribe la comunidad monástica cisterciense de Buenafuente del Sistal (página web www.buenafuente.org), pulmón espiritual en medio del Parque Natural del Alto Tajo, a la gente que tiene contacto con ella. La sensibilidad y el punto de vista de la vida monástica contemplativa puede servirnos de gran ayuda al inicio del camino cuaresmal. 

En una época en que los cristianos debemos tomar especial conciencia de nuestra propia identidad y misión en medio de nuestra sociedad y de nuestro tiempo, recordar el sentido bautismal de la Cuaresma puede servirnos de ayuda. Algunas de las lecturas de hoy precisamente nos ayudarán a este respecto. La Cuaresma durante los primeros siglos de cristianismo se convirtió en el tiempo en que se intensificaba la formación de los catecúmenos (normalmente adultos que habían optado por vivir su vida desde los valores del Evangelio). De este modo, se llegaba a la gran fiesta de la Vigilia Pascual en que éstos eran bautizados y se incorporaban plenamente a la comunidad cristiana, participando por primera vez de la mesa de la Eucaristía. Pues bien, esta cuaresma, vivida en clave bautismal, nos puede ayudar a redescubrir el gran regalo del bautismo, nuestra verdadera identidad de hij@s de Dios y nuestra responsabilidad en la construcción de una sociedad y de un mundo mejor.

Precisamente la segunda lectura de la primera carta de Pedro nos lo dice con claridad. Hablando de lo que ha supuesto la muerte de Jesús, el inocente, por nuestros pecados, hecha mano de lo acontecido en tiempos de Noé cuando salvó a unos pocos en el arca. A continuación dice que «aquello fue símbolo del bautismo que actualmente nos salva: que consiste en impetrar de Dios una conciencia pura, por la resurrección de Cristo Jesús, Señor nuestro». Por el bautismo, gracias a la resurrección de Jesús, hemos sido invitados a descubrir quiénes somos realmente: hijos de Dios. El bautismo nos salva. ¿Cuándo descubriremos que estamos realmente salvados, que somos hijos de Dios amados? La Cuaresma se nos ofrece como una oportunidad única para profundizar en nuestra identidad de hijos de Dios amados. ¡Aprovechémosla juntos! Pidamos unos por otros para que, descubriendo nuestra condición de hijos, construyamos la fraternidad universal.

El evangelio de Marcos que proclamábamos hace unos tres domingos nos ofrece varias claves para vivir este tiempo de Cuaresma. Justo después del bautismo en el que Jesús ha hecho experiencia de que es el Hijo amado y ha recibido la plenitud del Espíritu, éste último lo impulsa al desierto.

En el desierto encontramos la primera clave. La Cuaresma es como un camino a través del desierto, como el camino del pueblo de Israel, como el camino de Elías tras la decepción en su lucha contra los profetas de Baal. El desierto en la Biblia tiene un doble valor y simbolismo: es el lugar donde Israel se encuentra con Dios y hace alianza, donde hace experiencia del amor de Dios que lo ha liberado de la esclavitud y lo ha convertido en un pueblo de hombres y mujeres libres, en el pueblo de su propiedad; pero también será el lugar donde Israel, poco después de esta experiencia, se verá tentado, probado por la dureza del desierto y caerá en la idolatría del becerro de oro y así mostrará que la responsabilidad de la libertad siempre es una dura carga. Marcos describe de modo sucinto la experiencia de Jesús en el desierto. Mateo y Lucas describen este episodio con mayor lujo de detalles. En el desierto Jesús siente la tentación, la cual lo acompañó durante toda su vida. 

La vida del creyente, como la de Jesús, siempre está acechada por la tentación de vivir de espaldas al Padre, de dejar de hacer su voluntad. No olvidemos que la voluntad de Dios es de vida para todos. Por tanto, vale la pena gastar la vida haciendo la voluntad del Padre, pues en ello nos va nuestra plenitud y nuestra salvación. La gloria de Dios es que el hombre viva. Para eso ha enviado a su Hijo, para que todos tengamos vida y vida en plenitud. Esta fue la gran tentación que no vencieron nuestros primeros padres, Adán y Eva, en el paraíso. Pero sí la ha vencido Jesús. Él siempre buscó hacer el deseo de Dios. Las primeras páginas del Génesis, en concreto Gn 2, muestra el sueño de Dios para el mundo, su jardín. El ser humano, Adán, tú, yo…, está hecho para vivir en armonía con Dios, con el mundo creado y con los otros (Eva). Precisamente la primera parte del evangelio muestra a Jesús que vive en esa armonía: venciendo la tentación, vive en sintonía con la naturaleza y con Dios, simbolizado en el servicio de los ángeles

En el desierto de esta cuaresma podemos tratar también nosotros de hacer realidad el proyecto de Dios: que seamos felices en armonía con todo el universo. Precisamente las prácticas cuaresmales que propone la Iglesia desde siempre inspirándose en el evangelio de Mateo que leemos cada miércoles de ceniza persiguen ayudarnos a vivir una relación más auténtica con nosotros mismos (ayunar para conocernos mejor), con los otros (dar limosna: compartir con los otros nuestros bienes, nuestro tiempo, nuestra cercanía…), con Dios (orar en momentos de silencio y reconocimiento con el Padre Dios).

La segunda clave nos la ofrece el anuncio de Jesús: conversión. La Cuaresma se nos ofrece como un tiempo de conversión, de cambio de mentalidad… Si somos capaces de hacer memoria,  después de tantas cuaresmas vividas descubriremos, como dice el apóstol Pedro, qué grande es la paciencia de Dios que aguardaba entonces y aguarda ahora nuestra conversión. O como dice el salmista, llegaremos a descubrir la ternura y misericordia de Dios, su bondad, su paciencia con nosotros, pues «enseña su camino a los humildes, a los pecadores». Por eso la Cuaresma es un tiempo de gracia. El hecho de buscar momentos para escuchar nuestro propio corazón, para escuchar a los otros con los que tenemos que vivir la fraternidad y a Dios, que cada día nos regala su Palabra viva y eficaz, puede llevarnos a ese cambio tan deseado en cada una de nuestras relaciones y a saborear una vida más plena.

Como dice la oración colecta de este primer domingo y que resume todo esto: que el Señor nos conceda «al celebrar un año más la santa Cuaresma, avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en plenitud». Que durante estos días, bien atentos a la Palabra de Dios («Desconocer las Escrituras, es desconocer a Cristo», decía San Jerónimo), podamos profundizar un poco más en el misterio de Jesús, el único modelo en que fijar nuestro ojos. Que el Señor nos enseñe a cada uno nuestro camino y nos instruya en sus sendas.

 

Feliz domingo a todo@s!!!

Servicio Bíblico Diocesano

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