El Pan de la Palabra – Domingo IV de Cuaresma

Querid@s amig@s:

 

El ecuador de la Cuaresma ya ha quedado atrás y encaramos un nuevo tramo del camino cuaresmal. Las lecturas de este domingo nos abren a una etapa nueva, la cuarta semana. Conforme nos aproximamos a la celebración del Misterio Pascual la palabra de Dios se va cargando de una densidad especial. Hoy  es una palabra que se nos cuela hasta el hondón del alma: «tanto amó Dios al mundo… que envió a su Hijo para que el mundo se salve por él», «Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, nos ha hecho vivir con Cristo». Y de este modo nos va preparando para lo que celebraremos en los próximos días de la Semana Santa y la Pascua, una manifestación total del amor de Dios. 

Las palabras del apóstol Pablo en la carta a los Efesios nos conecta directamente con la jornada que el papa lleva proponiendo dos años y que desde el viernes 13 a las cinco de la tarde él mismo comenzaba: Dios rico en misericordia, Dios que ama al mundo, Dios que quiere la vida para todos. 

De todos modos, demos un pequeño paseo a través de las lecturas que nos ofrece la liturgia del día:

+ La primer lectura nos conecta con el evangelio del domingo pasado. El texto del segundo libro de las Crónicas es el final de éste mismo y es el pasaje que cerraba la «Biblia» de los judíos. Después del destierro en Babilonia, el pueblo de Dios vuelve impulsado por Ciro, rey persa, con el proyecto que deja abierto este texto: regresar a la tierra prometida y reconstruir el templo, la Casa de Dios en medio de su pueblo («Él me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, en Judá»). El tiempo de estancia en Babilonia supuso una crisis sin precedentes en el judaísmo. El salmo responsorial nos permite ponernos en la piel de un judío desterrado: «nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión… Colgábamos nuestras citas… ¡Cómo cantar un ático del Señor en tierra extranjera!». El gran proyecto de Israel será reconstruir el Templo en Jerusalén, lugar de la presencia de Dios en medio de su pueblo, el lugar en el que el creyente conectaba con la vida que proviene de Dios. A la luz de este proyecto, «el gran proyecto» del pueblo de Israel tras la profunda crisis del destierro resaltan aún más las palabras de Jesús: «destruid este templo y en tres día lo levantaré… Se refería al templo de su cuerpo».

+ Jesús se presentaba el domingo pasado como el nuevo Templo, como el lugar inaudito de encuentro con Dios a partir de ahora. Esto supone un vuelco radical en el modo de concebir el culto y la religión: ya no se trata tanto de hacer sacrificios y ofrecer holocaustos cuanto de amar al ser humano en el que habita Dios, al prójimo que es imagen y semejanza de Dios. 

Hoy el texto de Juan en el evangelio nos presenta un trocito del diálogo entre Jesús y Nicodemo, ese judío simpatizante que visita a Jesús de noche. Como Nicodemo, tantos de nosotros buscamos a oscuras aún quién es Jesús, qué salvación nos trae, qué aporta a nuestras vidas… Y Jesús nos pone delante la cruz, símbolo que conecta con la serpiente que Moisés montó en un estandarte para que los mordidos de serpiente quedaran sanados con solo contemplarla. Jesús habla de su pasión. Cuando él sea elevado en la cruz, cuando se muestre más indefenso, entonces nos ofrecerá el don de la vida y de la salvación. Ahí podremos contemplar la revelación máxima del amor y de la misericordia de Dios para con el mundo. Un Dios que no quiere la muerte ni la perdición de nadie. Un Dios que ha enviado a su Hijo para dar vida al mundo, para traer salvación, para señalar y abrir el camino que conduce a la vida plena. Y ese camino es el que culmina en la cruz: camino de humildad, camino de servicio, camino de donación de uno mismo, camino de perdón, camino de amor hasta el extremo… De este modo Jesús se ha convertido en luz viviendo los momentos más oscuros de su vida: ha arrojado luz con sus palabras y con su vida y ha dejado al descubierto y vencido de muerte al mal. Ante la cruz, ante la vida que se ha entregado hasta ese límite, podemos poner la nuestra y ver si realizamos la verdad, si nuestras obras se corresponden a las de Jesús.

+ San Pablo pone a los Efesios ante el misterio escondido desde siempre y revelado ahora en Jesucristo. El misterio de Dios es un misterio de amor inconmensurable, donde no se puede ni siquiera entrever su hondura, profundidad, anchura o altura. En Jesús Dios nos ha amado con un amor grande, único, muestra de la riqueza de su misericordia. Dios es bueno y en Cristo nos ha mostrado su bondad para con nosotros. Y todo esto por su gracia: es un don de Dios.

Tanto la carta a los Efesios como el evangelio de Juan hacen hincapié en las obras buenas. El que ha experimentado este regalo de Dios, la vida nueva a la que nos ha abierto Jesús por su muerte en la cruz, tiene que realizar obras propias de los hijos de Dios. San Juan dice que esas obras están hechas según Dios, es decir, según Jesús, el que nos ha mostrado como piensa, mira, obra y ama Dios. San Pablo nos invita a dedicarnos a las buenas obras. Las obras del creyente, su comportamiento marcado por la bondad, la belleza y la verdad son una consecuencia, una respuesta al gran don que Dios nos ha regalado en su Hijo Jesucristo.

Que la proximidad ya de las fiestas pascuales nos inviten a subir a Jerusalén con Jesús, no para visitar un templo o acompañar una imagen a la que tenemos una gran devoción, sino para saborear y contemplar con gozo el misterio de nuestra salvación acontecido en Jesús de Nazaret, muerto en las afueras de Jerusalén, crucificado junto a otros malhechores. En Él está nuestra vida y nuestra salvación.

 

¡¡¡Feliz domingo a tod@s!!!!

Servicio Bíblico Diocesano

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