El Pan de la Palabra – Domingo IV de Pascua

Querid@s amig@s:

 

Una imagen domina por encima de todas en la liturgia de este domingo. La primera lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles presenta a Pedro interpretando la muerte y resurrección de Jesús a la luz del Salmo 117: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular”. Esa piedra rechazada es Jesús crucificado fuera de la ciudad, rechazado por las autoridades religiosas judías y, colgado entre el cielo y la tierra, rechazado por los hombres (la tierra) y Dios (el cielo). Esa piedra es ahora la piedra angular, la que da sentido a la edificación, tanto si se entiende como piedra que fundamenta y sostiene la construcción de todo el edificio como si se entiende como piedra de clave que culmina y sostiene un arco. Pero la imagen que sobresale y ante cuya contemplación deberíamos hoy pasar algún momento de oración es la del buen Pastor, el Pastor bueno y hermoso. El evangelio de Juan presenta a Jesús como Buen Pastor, como Pastor hermoso; la oración colecta de la eucaristía describe al Hijo de Dios como Pastor victorioso por su resurrección (“para que así el débil rebaño de tu Hijo tenga parte en la admirable victoria de su Pastor”); la oración después de la comunión muestra a Dios Padre como Pastor bueno.

 

Hoy es un día para contemplar a este Pastor bueno y hermoso que encarnan Dios Padre y su Hijo Jesucristo… Imaginemos a este pastor y sintámonos sostenidos sobre sus hombros. Como escribió Abercio, cristiano del siglo II, sobre su tumba, recreémonos en la mirada de este pastor santo de ojos grandes cuya mirada nos alcanza a todos, a ti, a mí… (“Soy el discípulo de un pastor santo que tiene ojos grandes; su mirada alcanza a todos”).

 

Hoy la liturgia, pues, como lo hace cada domingo, nos invita a sumergirnos en esta experiencia que sólo podemos entrever y saborear a través de esta imagen tan sugerente: somos rebaño débil, pero rebaño por el que Dios, Pastor bueno, ha pagado el mayor precio posible, la sangre de su Hijo amado. Como rebaño débil, siempre sostenido sobre los hombres de Jesús. Él cargó sobre sus espaldas en la cruz con todas nuestras miserias y debilidades. Somos el rebaño amado de Dios Padre, cuyo amor se nos ha manifestado y ha llegado hasta nosotros a través de la vida, muerte y resurrección de Jesús, el buen pastor, con corazón compasivo, misericordioso, bueno y bello.

 

En esta experiencia de contemplación, resuenan con mayor fuerza y profundidad las palabras de Jesús en el evangelio, donde nos revela su misterio y su amor:

+ Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da la vida por las ovejas: Jesús, a la luz de la tradición del Antiguo Testamento que contempló el rostro de Dios no como el de un ser lejano y desentendido de la humanidad sino como el de un Dios bueno y cercano (“El Señor es mi pastor, nada me falta… Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo porque tú vas conmigo. Tu vara y tu callado me sosiegan”), entenderá su vida de entrega y servicio a los demás. El es el buen pastor al que se le conmueven las entrañas, el que empatiza y simpatiza con su rebaño hasta el punto de llegar a un conocimiento profundo de cada una de sus ovejas.

+ Yo soy el buen Pastor que conozco a mis ovejas y ellas me conocen: Jesús llama a cada una de las ovejas por su nombre para invitarlas a entrar en una relación íntima. El verbo “conocer” en la Biblia significa entrar en intimidad, vivir una comunión íntima de amor. Esa es la relación que Jesús quiere entablar con cada uno de nosotros y con todos (“tengo otras ovejas que no son de ese redil, también a esas las tengo que atraer y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor”)

+ Yo doy mi vida por las ovejas. Ese amor de Jesús buen Pastor llega hasta el punto de la entrega total, de la donación sin reservas: “yo entrego mi vida, nadie me la quieta, sino que yo la entrego libremente”

 

Saboreemos todas y cada una de las palabras que hoy nos dirige el Señor, buen Pastor, Pastor bello. Sumerjámonos en su mirada de ojos grandes que alcanza a todos. Y con el apóstol Juan en la segunda lectura hagamos experiencia del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús y que sólo es un anticipo de lo que Dios nos tiene reservado en las verdes praderas de su reino: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, ¡pues lo somos!… Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos”.

 

En espera de esa manifestación definitiva, disfrutemos de esta Palabra tan hermosa que hoy nos dirige el Señor y del pan de la Eucaristía.

 

¡¡¡Feliz domingo en familia!!!

 

Emilio

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