Querid@s herman@s:
El evangelio de este domingo completa la jornada de Jesús en Cafarnaún. Un día muy intenso. Si el día pasado lo contemplábamos en la sinagoga, curando a un endemoniado y enseñando con una autoridad inaudita, hoy lo podemos ver en una casa, donde las relaciones son más intensas, más íntimas, más familiares. Jesús entra en la casa de la familia de Pedro, donde su suegra está postrada en la cama por fiebre. La enfermedad es una experiencia que trastorna todas las relaciones personales y al enfermo le lleva a experimentar la fragilidad y las limitaciones propias de la condición humana.
Precisamente la primera lectura del libro de Job retrata la situación de sufrimiento y desgracia de su protagonista. Job ha experimentado en su propia carne la enfermedad, lo que lo lleva a reflexionar sobre la condición humana, sobre las preguntas últimas. Y su situación de enfermedad, que no le deja dormir («me harto de dar vueltas hasta el alba») le lleva a concluir que sus días vuelan como el viento sin esperar nada, cabalgando hacia la muerte («mis ojos no verán más la dicha»). Si echamos un vistazo al contexto en que surgen estas palabras de Job, vemos que ante Job se presentan sus amigos movidos por la amistad. Ellos entablan un diálogo que, en lugar de tratar de ayudar y consolar a Job, lo enervan más, puesto que reflejan un dios que no tiene nada que ver con el Dios en el que Job cree. Es un dios distante, insensible ante el dolor de los seres humanos, impasible…
En este contexto podemos comprender mejor el evangelio de este día. Jesús está anunciando que Dios viene a reinar y lo hace con palabras llenas de autoridad como en la sinagoga de Cafarnaún, pero sobre todo lo hace con gestos de cercanía y solidaridad como lo hace hoy con la suegra de Pedro. Si los amigos de Job, supuestamente en nombre de Dios, consiguieron cabrear a Job hasta el punto de volverse contra Dios, Jesús, en nombre de Dios, se acerca a esta mujer enferma, la toma de la mano y la reincorpora. Y ella responde como hace aquel que se sabe sanado por Dios: se da a los otros. La suegra de Pedro «se puso a servirles». El servicio es una de las actitudes que Jesús pide a sus discípulos y que él encarna hasta el final (Mc 10,43s: «El que quiera ser grande, que se haga servidor vuestro, y el que quiera ser el primero, sea servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por todos»). Ella, reinsertada en la vida familiar, recuperada de su aislamiento, vive esta actitud que Jesús pide a sus discípulos, camino de Jerusalén, cuando los hijos del Zebedeo se afanen por ocupar los mejores puestos en el reino. La suegra de Pedro, gracias a Jesús y a sus sencillos gestos de cercanía, ha descubierto el reino de Dios y su lógica,… y se ha puesto a servir.
El evangelio de este domingo nos muestra un dato muy importante que marca la vida de Jesús. Toda su actividad, a veces frenética, se alimenta de una relación íntima con su Padre Dios. En medio de su actividad, Jesús encuentra un tiempo imprescindible para alimentarse de la verdadera fuente de sus palabras y gestos, Dios, misterio de amor.
Jesús, urgido por la necesidad («todo el mundo te busca») recorrió toda Galilea, predicando el reino de Dios. Tal como nos narra el mismo Pablo en la carta a los Corintios, él tampoco pudo callarse la buena noticia de Jesucristo, muerto en cruz y resucitado de entre los muertos. Ése es el Evangelio que él predicó a tiempo y a destiempo, con su palabra y con su propia vida, haciéndose cercano como Jesús con la suegra de Pedro («me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles; me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar a algunos»).
Que la celebración de este domingo nos ayude a descubrir en qué ambientes y cómo debemos hacer hoy creíble el Evangelio de Jesús, el Reino de Dios. Que, nosotros, sanados por Jesús y su palabra, vivamos desde la misma actitud de servicio que la suegra de Pedro.
¡Feliz domingo a todo@s!