El Pan de la Palabra – Domingo VI del Tiempo Ordinario

Querid@s amig@s:

 

Con este domingo VI del Tiempo Ordinario llegamos a las puertas de la Cuaresma, tiempo fuerte que nos ofrece el Señor para convertirnos, para cambiar nuestra mentalidad. Precisamente es lo que nos pedía Jesús hace unos domingos en el comienzo de su actividad pública en el evangelio de Marcos: «El tiempo se ha cumplido. El Reino de Dios está viniendo. Convertíos y creed en el Evangelio». El texto evangélico de este domingo nos muestra hasta qué punto poder aceptar a Jesús, en su persona y en sus acciones, requiere de nosotros un cambio profundo tal y como lo pidió a aquellos que lo contemplaron actuar.

Para comprender el significado y las repercusiones de los gestos de Jesús que hoy nos pueden parecer loables (acercarse a un enfermo de sida, hoy podríamos decir de ébola), nos puede ayudar la primera lectura. En el libro del Levítico se establecen las pautas de actuación ante los casos de lepra. el leproso suponía una amenaza para la integridad de una comunidad humana. Para evitar el contagio, se tomaban medidas como las que narra el libro del Levítico: el enfermo en la piel que termina siendo leproso es declarado impuro (no puede participar en la vida social ni en el culto ante Dios) y es expulsado, para evitar que contamine al resto. Enfermo y solo, abandonado de todos, viendo en el campo, sin arreglarse ni cuidarse, y gritando, a modo de recordatorio para sí mismo y para quienes pasen por el campo: «¡Impuro, impuro!». 

Pues bien, con uno de estos leprosos condenados a la soledad ante su enfermedad y frente a sus familiares, amigos y vecinos, Jesús rompe todas esas barreras que le han puesto los suyos. El leproso era un rechazo por los hombres y un rechazado por Dios (era el sacerdote el que dictaminaba su impureza, tal como hemos visto en la primera lectura). Jesús viene a traer y a anunciar el reino de Dios también y especialmente a los que se ven aplastados por el mal, la insolidaridad de los demás, la marginación. Jesús se indigna frente al mal que sufren los hombres y no le importa traspasar y eliminar esas fronteras que marginan y separan. Para el Dios de Jesús y en su reino no hay separación entre buenos y malos, puros e impuros, y eso lo muestra Jesús con sus gestos y comportamientos, traspasando esas fronteras que muchas veces son culturales, mentales, sociales (signo de miedo y de egoísmo) y tendiendo la mano a quienes se encuentran solos en el otro lado: «¡Quiero, queda limpio!». ¡Qué sentiría ese leproso al que nadie ha tocado desde hace tanto tiempo, él que lleva tanto tiempo sin sentir la voz amiga, el contacto fraterno, el roce humano! Es fácil imaginar el estremecimiento que experimentaría en su cuerpo al ver y sentir la mano de Jesús tocándolo con tanto cariño. La mano tendida de Jesús convierte al marginado y expulsado de la comunidad humana y religiosa en hermano e hijo de Dios amado. Y para que conste lo manda ante el sacerdote para que certifique su sanación. Tras estos gestos de Jesús que anuncia un reino de Dios que está en acción se puede entrever un rostro de Dios muy diferente al que ofrecen las autoridades religiosas del tiempo de Jesús, los hombres que en nombre de Dios habían condenado a ese leproso a la soledad y la marginación. ¡Y este Dios anunciado por Jesús para poder ser aceptado requiere conversión, cambio!. ¡Cuántas fronteras hoy levantamos, cuantos muros que marginan y separan, y siempre amparados en nuestros miedos y egoísmos! Y nosotros, seguidores de este Jesús, ¿estamos dispuestos a cruzar fronteras, a traspasar esos límites que nos atenazan y que marginan a tantos hombres y mujeres en este mundo y en nuestra sociedad? Jesús no tuvo miedo de ensuciarse, de contagiarse, al ir más allá de lo establecido (Levítico) y tocar a esa persona.

Nos choca que Jesús mande callar. Él no busca el espectáculo ni el aplauso fácil. Busca la sanación del leproso, la restitución de su dignidad de persona. 

Haciendo caso a las palabras que Pablo dirige a los cristianos de Corinto, aunque en un contexto diferente: ¡sigamos el ejemplo de Cristo! Pidámosle este domingo, a la luz de la oración colecta, que toque nuestro corazón y lo limpie, y se quede en él, ya que se complace «en habitar en los limpios y sencillos de corazón».


¡¡¡Feliz domingo a todo@s!!!

Servicio Bíblico Diocesano

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