Sobre la persecución religiosa en Rusia, 10 de marzo de 1930

Sobre la persecución religiosa en Rusia, 10 de marzo de 1930

LA PERSECUCIÓN RELIGIOSA EN RUSIA

Su Santidad el Papa Pío XI en impresionante carta dirigida a su Vicario General en Roma Emi­nentísimo Cardenal Pompili, después de exponer cuantos esfuerzos ha hecho inútilmente para lo­grar el respeto de las conciencias y la libertad del culto y de los bienes de la Iglesia en Rusia, y de re­cordar su gran consuelo por haber libertado de la pe­na capital al Patriarca Tikon y por haber salvado del hambre y de una muerte horrible a más de 150.000 niños, a los que alimentaron diariamente los emisarios del Papa mientras les fue permitido, pues luego se pre­firió por los gobernantes soviéticos lanzar a una muer­te tristísima a muchos millares de pobrecitos niños inocentes antes que consentir que fueran socorridos por la caridad de loa católicos de todo él mundo; después de hacer otras consideraciones sobre los estra­gos lamentabilísimos causados, especialmente entre la juventud, por las campañas del más desenfrenado ateísmo del «frente antirreligioso» y de la «Liga de los sin Dios militantes», y sobre el estado por demás de­plorable, en que actualmente se encuentran los cris­tianos en Rusia, donde se ha llegado hasta a obligar a los empleados de oficinas, hombres y mujeres, a fir­mar una declaración dé apostasía formal y— ¡horribilí­simo-! -de odio contra Dios, bajo la pena de ser privados de los bonos de pan, vestido, habitación y demás, lo que equivale a morir de hambre y de miseria, de­clara Su Santidad su vivísimo deseo de que se orga­nice en todo el mundo cristiano una reparación uni­versal y solemne de tanto crimen, de tanta blasfe­mia, de tanto mal; y a este fin anuncia que el próximo día del glorioso Patriarca San José celebra­rá él sobre el sepulcro del Príncipe de los Apóstoles en la Basílica de San Pedro una Misa de reparación por tantas y tan cruelísimas ofensas a Dios Nuestro Señor y de plegaria por el infeliz pueblo ruso, que se halla en el mayor de los infortunios, confiando en que todo el mundo católico se unirá a ese solemne acto suyo de reparación y de plegaria.

Secundando con gran complacencia por nuestra parte el piadosísimo deseo del Santo Padre, ordenamos que en todas las iglesias parroquiales filiales, conventuales aún en las exentas, se celebre el próximo día de San José una Misa de Comunión, excitando a los fieles a unir su intención con la de Su Santidad, y que en el mismo día, ya sea a la mañana, ya a la tarde, según convenga en cada sitio, se exponga al Santísimo Sacramento, servatis servandis, y se recen ante Él la estación mayor, las letanías de los Santos con la jaculatoria indulgenciada ¡Salvador del mundo, salvad a Rusia! Y un Padre nuestro a San José por la pronta terminación de la persecución religiosa y por la libertad de la Iglesia en aquella desventurada na­ción.

Cuenca 10 de Marzo de 1930.

 

El Obispo.

Mes y fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, 24 de mayo de 1930

MES Y FIESTA DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

        Encarecemos a nuestros, venerables y amados se­ñores Curas la celebración del mes de Junio con la so­lemnidad y esplendor posibles en cada parroquia honra y gloria del Sacratísimo Corazón de Jesús, y de un modo especial su hermosísima fiesta, en la que les recomendamos exciten a los fieles a engalanar los bal­cones de sus casas con colgaduras y a colocar sobre éstas la imagen del Divino Corazón.

            Además, para dar cumplimiento a las prescripciones de nuestro Santísimo Padre el Papa Pío XI, que en su ferviente anhelo de intensificar en el mundo en­tero la devoción al Deífico Corazón, dispuso en su En­cíclica de 8 de Mayo del año 1928 que anualmen­te en la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús en to­dos los templos de todo el mundo se recite solemne­mente el acto de reparación al Sacratísimo Corazón de Jesús, para que se reparen nuestras culpas y se re­sarzan los derechos violados de Nuestro Sumo Rey y amantísimo Señor, cuya oración puso su Santidad al final de dicha Encíclica, mandamos que en todas las iglesias de Nuestra jurisdicción se recite la menciona­da oración, publicada en la página 166 del Boletín Oficial Eclesiástico del mencionado año 1928, en el hermoso día indicado, ya sea al terminar la Misa pa­rroquial o conventual, ya en la función de la tarde donde la hubiere.

            Con el fin de dar mayor solemnidad a los cultos que durante el mes de Junio se celebren en nuestra diócesis a honra y gloria del Sacratísimo Corazón de Jesús, autorizamos, servatis servandis, la exposición, mayor o menor, del Santísimo Sacramento en las no­venas, triduos y demás funciones que se consagren al Divino Corazón, concediendo 50 días de indulgencia por la asistencia a cada uno de los actos, Cuenca 24 de Mayo de 1930.

+ El Obispo.

 

 

 

Pablo Alonso Fraile

Pablo Alonso Fraile

 

El 7 de junio de 1904 nació, en la Fuente de Pedro Naharro, el Siervo de Dios, Pablo Alonso Fraile. Hijo de Isidoro Alonso Alonso y N. Fraile. Tenía una hermana que se llamaba Cristeta.

 

Cursó los estudios eclesiásticos en el Seminario Conciliar de Cuenca, recibiendo el Presbiterado el año 1927. Fue nombrado Coadjutor de Villares del Saz de D. Guillén, Cuenca. El año 1929, el Sr. Obispo le nombró Ecónomo de Uclés; en 1930, Párroco de El Hito y en el 1935, Coadjutor de Villamayor de Santiago, donde por su celo, simpatía y espíritu caritativo, se había ganado la amistad y aprecio  de sus feligreses.

 

El día 5 de agosto de 1936, fue apresado junto con el Párroco DE Villamayor de Santiago, D. Juan Benito, y los encarcelaron en las celdas del Convento, donde entraban varias veces al día para maltratarlos. Una vez, sus verdugos, refiriéndose a D. Pablo dijeron: “A matar a ese cura, que al final nos convierte”.

 

Al amanecer del día 22 de agosto de 1936, lo sacaron del convento y lo condujeron al cementerio donde un grupo de personas, convocados para asistir al sangriento espectáculo, recibió a la victima con gran algarabía y burlas. Después de torturarlo nuevamente, lo asesinaron. El Siervo de Dios, D. Pablo, absolvió a otros compañeros de martirio,  antes de morir.

 

Fue asesinado, solo por ser sacerdote y por odio a la fe de Cristo, a las tres de la madrugada del día 23 de agosto de 1936, en el cementerio de Villamayor de Santiago, Cuenca, donde fue enterrado. Desde su muerte se le ha tenido como mártir

 

 

Joaquín María Ayala Astor. Rector del Seminario

Rector del Seminario y Canónigo de la catedral de Cuenca

Nació el día 26 de julio de 1878 en Novelda, Alicante. Hijo de una familia que se distinguía por su piedad y valores humanos. Sus padres se llamaban Eleuterio Ayala Martínez y Josefa María Astor Escolano. Tuvo seis hermanos: María de la Encarnación. Nicolás, Ana, Francisco, Eleuterio y Trinidad.
Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario Conciliar de Orihuela en Alicante. Pasó después a la Universidad Pontificia de Valencia en 1899, obteniendo el doctorado en Sagrada Teología. El 23 de marzo de 1901 recibió el Orden del Presbiterado de manos del Excmo. Sr. Obispo de Tortosa. Después, en la Universidad Pontificia de Toledo, obtuvo el grado de Doctor en la Facultad de Derecho Canónico, con la calificación de “nemine discrepante”, desempeñando, durante la preparación de grados, una cátedra en el seminario de Toledo, y la de Religión y Moral, en las Escuelas Normales de Magisterio y en el Instituto.
El celo por la gloria de Dios y salvación de las almas le empujó a dejar el trabajo de la enseñanza por el trabajo parroquial, siendo Tobarra, La Unión y Albacete las tierras que recibieron las sementeras del joven sacerdote, floreciendo la Congregación de S. Luis Gonzaga, y la Adoración Nocturna, en la primera; la Obra social del Patronato Obrero de San José, en la segunda, y la Cofradía Sacramental en la tercera.
En la iglesia parroquial de San Juan en Albacete se encontraba cuando salió el edicto anunciando la vacante de la canonjía doctoral de la catedral de Cuenca y, resentida su naturaleza, débil y enfermiza por el trabajo realizado, resolvió opositar, quedando en posesión de aquella canonjía el 13 diciembre de 1911. La gloria del triunfo no lo envaneció, ni apagó su celo pastoral, sino que prestó nuevo impulso a su entusiasmo. Estableció la Obra de las Marías y los Discípulos de San Juan; creó los periódicos La Voz del Catecismo y El Sagrario. Colaboraba también en los semanarios locales de El Centro y El Defensor de Cuenca; También fundó el sindicato católico de Oficios Varios y la Juventud Franciscana, reorganizando también la Orden tercera franciscana.

 

Llegó el pontificado del obispo mártir, D. Cruz Laplana. En las pocas entrevistas que había tenido con D. Joaquín, el Prelado, descubrió en su Doctoral, desinterés y respetuosidad para la Jerarquía, franqueza de carácter, espíritu emprendedor, trato afable, firmeza en sus decisiones y amor entrañable a Dios y a las almas, trato afable y cautivador, gusto por las cosas de Dios y una prudencia exquisita guiadora de sus actos, por lo que el Obispo puso en sus manos la obra más trascendente de su Diócesis, el Seminario Conciliar “San Julián”. En el curso 1922-1923 quedaba encargado de la dirección de dicho centro. Comenzó por captarse la confianza de todos con la afabilidad que le caracterizaba. Era consciente que todo Rector es antes padre, por eso la disciplina en el seminario ni era laxa, ni rígida. No permitía a los superiores que trataran a los seminaristas con descortesía y falta de dignidad y consideración personal. A los jóvenes fluctuantes, los animaba, a los recalcitrantes los corregía fraternalmente sin desaliento, a los perseverantes, reafirmaba en sus sólidos propósitos.
Su “obsesión” era el Seminario. Por ello no dudó en prestarle ayuda incluso de su propio peculio particular. En vacaciones, se lanzaba por los pueblos animando a los jóvenes en una campaña particular “pro seminario”. También recogía ayudas que aportaban las gentes de los pueblos para el sostenimiento de los seminaristas necesitados.
Dar sacerdotes santos a la Iglesia Conquense fue siempre su ideal. Sabía que el sacerdote sería como lo que es de seminarista, por eso se esforzaba en modelar las almas de sus alumnos en la disciplina y el amor. Su ilusión favorita, que era el “seminario de Verano”, no pudo verla realizada; pero, no obstante, mantenía contacto por correspondencia con cada uno de los seminaristas a quienes llegaba a ayudar económicamente en casos de problemas económicos de las familias. El Obispo estaba al tanto de la marcha del seminario, mediante informes verbales que mantenía con él y avalando en todo momento la manera de llevar la dirección de un lugar, tan importante y delicado a la vez, en la vida diocesana.
Cuando comenzó la persecución religiosa a este hombre, de excepcionales condiciones y lleno de prestigio, que tenía un temperamento dinámico y emprendedor que no solo abarcaba lo religioso sino también lo social, no se le podía perdonar la vida. Por eso ya en mayo de 1936, se había decidido su asesinato, del que providencialmente se libró. Era el sacerdote de acción revolucionaria a lo divino por excelencia, que arrancaba de la clase obrera de la ciudad y de la provincia un cúmulo de parabienes. Era el sacerdote polemista y “estorbaba”, por eso “tenía que morir”. Pronto se inició su búsqueda pidiendo informes de su posible domicilio y resuelven buscarlo en Villalba del Rey. Es denunciado ante un miliciano encargado de encontrarle y los milicianos dieron con él.
Se encontraba en una accidental hospedería en la que, unos días antes, había bautizado a un niño y animaba a la vocación sacerdotal a uno de los hijos de la casa. El diálogo se rompe bruscamente cuando aparece por la puerta de la casa el dueño de aquel hogar: “¡Huya usted, don Joaquín -le grita- que vienen a matarle! Para no comprometer a la familia, el Doctoral sale precipitadamente, cargando la cruz del sufrimiento y se esconde en “El barranco”, en medio de la campiña. Después de una búsqueda intensa es descubierto por los milicianos y, al salir, de una pequeña cueva en donde se había cobijado, recibe en sus carnes una lluvia de plomo.
Después su cadáver fue despojado de todo, el cuerpo sangrante yacía en el camino cubierto con una blusa que, mano compasiva, había dejado caer sobre él, hasta que el vecino de Villalba del Rey, que lo hospedó en su casa, lo trasladó, con su volquete al estrecho cementerio del pueblo, en la tarde del 18 de agosto, día en que el doctoral fue asesinado.
Fue asesinado, por ser sacerdote de Cristo y por odio a la fe católica en Villalba del Rey, Cuenca, el día 18 de agosto de 1936. Sigue muy vivo el recuerdo de su muerte en el Seminario y en toda la diócesis de Cuenca, teniendo fama de mártir.

Ramón Alonso Alonso

Ramón Alonso Alonso

 

El Siervo de Dios, Ramón Alonso Alonso, nació el año 1888. Estudió en el Seminario de Cuenca. Recibió el Orden Sacerdotal el año 1913. Fue nombrado Coadjutor de Vara de Rey, el año 1929 Ecónomo  de La Almarcha y posteriormente Cura Párroco.

 

Fue un sacerdote celoso y caritativo, muy estimado  por sus feligreses allí donde estuvo, sirviendo a la Santa Iglesia, ejerciendo su ministerio sagrado con gran ejemplaridad.

 

 

Desde el primer momento de la guerra civil fue perseguido y junto con sus compañeros de martirio fue engañado por los cabecillas rojos, los milicianos del pueblo, con la promesa de que lo acompañaban a Cuenca, donde lo defenderían, para evitar las protestas al matarlo y subió a un coche, el día 4 de agosto de 1936, a los cuatro kilómetros, poco más o menos, en la carretera de Olivares del Júcar, les hicieron bajar del coche a los cuatro y los asesinaron a las 19 h. del día 5 de agosto de 1936. Ramón quedó herido, con vida suficiente para acercarse, por la noche, a una acequia de agua, donde refrescándose y confortándose mantuvo un hilito de vida. Sus familiares lo encontraron y lo trasladaron a Olivares del Júcar, allí fue atendido por el médico. El pueblo lo recibió  y  atendió muy bien al mártir, que trasladaron al hospital de Tarancón, donde, agotándose su vida, falleció como un mártir, dando su vida por la fe en Cristo. Lo mataron porque era sacerdote y por odio a la fe de Cristo. Se le recuerda como mártir.

Homilía en la Beatificación de D. Cruz y D. Fernando, Roma a 28 de octubre de 2007

Pronunciada por el cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos durante la celebración eucarística en la que beatificó, en nombre del Papa, a 498 mártires del siglo XX en España

28 de octubre de 2007

 


Eminentísimos señores cardenales,
Excelentísimos señores obispos y hermanos en el sacerdocio,
Respetables autoridades,
Hermanas y hermanos en Cristo: 

1. Por encargo y delegación del Papa Benedicto XVI, he tenido la dicha de hacer público el documento mediante el cual el Santo Padre proclama beatos a cuatrocientos noventa y ocho mártires que derramaron su sangre por la fe durante la persecución religiosa en España, en los años mil novecientos treinta y cuatro, treinta y seis y treinta y siete. Entre ellos hay obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos, mujeres y hombres; tres de ellos tenían dieciséis años y el mayor setenta y ocho.

Este grupo tan numeroso de beatos manifestaron hasta el martirio su amor a Jesucristo, su fidelidad a la Iglesia Católica y su intercesión ante Dios por todo el mundo. Antes de morir perdonaron a quienes les perseguían –es más, rezaron por ellos–, como consta en los procesos de beatificación instruidos en las archidiócesis de Barcelona, Burgos, Madrid, Mérida-Badajoz, Oviedo, Sevilla y Toledo; y en la diócesis de Albacete, Ciudad Real, Cuenca, Gerona, Jaén, Málaga y Santander.

El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: «El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe” (a 2473). En efecto, seguir a Jesús, significa seguirlo también en el dolor y aceptar las persecuciones por amor del Evangelio (cf. Mt 24,9-14;Mc.13,9-13; Lc 21,12-19): «Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre” (Mc 13,13; cf. Jn 15,21). Cristo nos había anticipado que nuestras vidas estarían vinculadas a su destino.

2. El logotipo de esta beatificación, de una importancia notable por el gran número de nuevos beatos, tiene como elemento central una cruz de color rojo, símbolo del amor llevado hasta derramar la sangre por Cristo. Acompaña a la cruz una palma estilizada, que intencionalmente se asemeja a unas lenguas de fuego, en la que vemos representada la victoria alcanzada por los mártires con su fe que vence al mundo (cfr. 1 Jn 1, 4), así como también el fuego del Espíritu Santo que se posa sobre los Apóstoles el día de Pentecostés, y asimismo la zarza que arde y no se consume con una llama, en la que Dios se presenta a Moisés en el relato del Éxodo y es expresión de su mismo ser: el Amor que se da y nunca se extingue.

Estos símbolos están enmarcados por una leyenda circular, que recuerda un mapa del mundo: «Beatificación mártires de España». Dice «mártires de España» y no «mártires españoles», porque España es el lugar donde fueron martirizados, y es también la Patria de gran parte de ellos, pero hay también quienes provenían de otras naciones, concretamente de Francia, México y Cuba. En cualquier caso, los mártires no son patrimonio exclusivo de una diócesis o nación, sino que, por su especial participación en la Cruz de Cristo, Redentor del universo, pertenecen al mundo entero, a la Iglesia universal.

Se ha elegido como lema para esta beatificación unas palabras del Señor recogidas en el Evangelio de San Mateo: «Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,14). Como declara el Concilio Vaticano II al comienzo de su Constitución sobre la Iglesia, Jesucristo es la luz de las gentes [1]; esa luz se refleja a lo largo de los siglos en el rostro de la Iglesia y hoy, de manera especial, resplandece en los mártires cuya memoria estamos celebrando. Jesucristo es la luz del mundo (Jn 1, 5-9), que alumbra nuestras inteligencias para que, conociendo la verdad, vivamos de acuerdo con nuestra dignidad de personas humanas y de hijos de Dios y seamos también nosotros luz del mundo que alumbra a todos los hombres con el testimonio de una vida vivida en plena coherencia con la fe que profesamos.

3. «He combatido bien mi batalla, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe» (2 Tim 4, 7). Así escribe San Pablo, ya al final de su vida, en el texto de la segunda lectura de este domingo. Con su muerte, estos mártires hicieron realidad las mismas convicciones de San Pablo.

Los mártires no consiguieron la gloria sólo para sí mismos. Su sangre, que empapó la tierra, fue riego que produjo fecundidad y abundancia de frutos. Así lo expresaba, invitándonos a conservar la memoria de los mártires, el Santo Padre Juan Pablo II en uno de sus discursos: «Si se perdiera la memoria de los cristianos que han entregado su vida por confesar la fe, el tiempo presente, con sus proyectos y sus ideales, perdería una de sus características más valiosas, ya que los grandes valores humanos y religiosos dejarían de estar corroborados por un testimonio concreto inscrito en la historia» [2].

No podemos contentarnos con celebrar la memoria de los mártires, admirar su ejemplo y seguir adelante en nuestra vida con paso cansino. ¿Qué mensaje transmiten los mártires a cada uno de nosotros aquí presentes?

Vivimos en una época en la cual la verdadera identidad de los cristianos está constantemente amenazada y esto significa que ellos o son mártires, es decir, adhieren a su fe bautismal en modo coherente, o tienen que adaptarse.

Ya que la vida cristiana es una confesión personal cotidiana de la fe en el Hijo de Dios hecho hombre esta coherencia puede llegar en algunos casos hasta la efusión de la sangre.

Pero como la vida de un solo cristiano donada en defensa de la fe tiene el efecto de fortalecer toda la Iglesia, el hecho de proponer el ejemplo de los mártires significa recordar que la santidad no consiste solamente en la reafirmación de valores comunes para todos sino en la adhesión personal a Cristo Salvador del cosmos y de la historia. El martirio es un paradigma de esta verdad desde el acontecimiento de Pentecostés.

La confesión personal de la fe nos lleva a descubrir el fuerte vínculo entre la conciencia y el martirio.

«El sentido profundo del testimonio de los mártires», según escribía el cardenal Ratzinger, está en que «ellos testimonian la capacidad de la verdad sobre el hombre como límite de todo poder y garantía de su semejanza con Dios. Es en este sentido que los mártires son los grandes testimonios de la conciencia, de la capacidad otorgada al hombre de percibir, más allá del poder, también el deber y por lo tanto abrir el camino hacia el verdadero progreso, hacia la verdadera elevación humana» (J. Ratzinger, «Elogio della coscienza», Roma, «Il Sabato» 16 de marzo de 1991, p. 89).

4. Los mártires se comportaron como buenos cristianos y, llegado el momento, no dudaron en ofrendar su vida de una vez, con el grito de «¡Viva Cristo Rey!» en los labios. A los hombres y a las mujeres de hoy nos dicen en voz muy alta que todos estamos llamados a la santidad, todos, sin excepción, como ha declarado solemnemente el Concilio Vaticano II al dedicar un capítulo de su documento más importante –la Constitución «Lumen gentium», sobre la Iglesia– a la «llamada universal a la santidad». ¡Dios nos ha creado y redimido para que seamos santos! No podemos contentarnos con un cristianismo vivido tibiamente.

La vida cristiana no se reduce a unos actos de piedad individuales y aislados, sino que ha de abarcar cada instante de nuestros días sobre la tierra. Jesucristo ha de estar presente en el cumplimiento fiel de los deberes de nuestra vida ordinaria, entretejida de destalles aparentemente pequeños y sin importancia, pero que adquieren relieve y grandeza sobrenatural cuando están realizados con amor de Dios. Los mártires alcanzaron la cima de su heroísmo en la batalla en la que dieron su vida por Jesucristo. El heroísmo al que Dios nos llama se esconde en las mil escaramuzas de nuestra vida de cada día. Hemos de estar persuadidos de que nuestra santidad –esa santidad, no lo dudemos, a la que Dios nos llama– consiste en alcanzar lo que Juan Pablo II ha llamado el «nivel alto de la vida cristiana ordinaria» [3].

El mensaje de los mártires es un mensaje de fe y de amor. Debemos examinarnos con valentía, y hacer propósitos concretos, para descubrir si esa fe y ese amor se manifiestan heroicamente en nuestra vida.

Heroísmo también de la fe y del amor en nuestra actuación como personas insertas en la historia, como levadura que provoca el fermento justo. La fe, nos dice Benedicto XVI, contribuye a purificar la razón, para que llegue a percibir la verdad [4]. Por eso, ser cristianos coherentes nos impone no inhibirnos ante el deber de contribuir al bien común y moldear la sociedad siempre según justicia, defendiendo –en un diálogo informado por la caridad– nuestras convicciones sobre la dignidad de la persona, sobre la vida desde la concepción hasta la muerte natural, sobre la familia fundada en la unión matrimonial una e indisoluble entre un hombre y una mujer, sobre el derecho y deber primario de los padres en lo que se refiere a la educación de los hijos y sobre tantas otras cuestiones que surgen en la experiencia diaria de la sociedad en que vivimos.

Concluimos, unidos al Papa Benedicto XVI y a la Iglesia universal, que vive en los cinco Continentes, invocando la intercesión de los mártires beatificados hoy y acudiendo confiadamente a Nuestra Señora Reina de los mártires para que inflamados por un vivo deseo de santidad sigamos su ejemplo.

___________________________________
[1] Concilio Vaticano II, Const. «Lumen gentium», n. 1.

[2] Juan Pablo II, «Mensaje a la VIII Sesión Pública de las Academias Pontificias», 2003, n. 6.

[3] Juan Pablo II, Carta Apostólica «Nuovo Millennio ineunte», 6-1-2001, n. 31. 4

[4] Benedicto XVI, encíclica «Deus caritas est», nn. 28-29.

(28 de octubre de 2007) © Innovative Media Inc.

 

 

Circular con ocasión de la beatificación de S. Juan del Castillo, 27 de diciembre de 1933

Beatificación de un ilustre Conquense

 

A los católicos de la diócesis de Cuenca

El 28 de enero próximo va a ser la solemne Beatifi­cación de tres Mártires de la Compañía de Jesús.

Uno de ellos, el Padre Juan del Castillo, es paisano nuestro. Belmonte fue su patria: Huete el comienzo de su vida religiosa. El ansia de predicar a Jesucristo en­tre los bárbaros lo arrancó de nosotros y lo llevó a las regiones del Paraguay, donde en plena juventud de­rramó su sangre por la fe.

A las fiestas de su Beatificación y la de sus compa­ñeros es preciso que asistan en espíritu todos los cató­licos de la diócesis y provincia; y en persona, cuantos puedan.

De las Repúblicas americanas, regadas con los sudores y sangre de los nuevos Beatos, acudirá a Roma numeroso gentío. En Zamora, patria de otro de ellos, se prepara una peregrinación. CUENCA NO PUEDE QUEDARSE ATRÁS. Cuenca hidalga, que sabe hon­rar a sus hijos ilustres; Cuenca católica, que mira la santidad como la principal de las glorias, ha de acudir a venerar a SU MÁRTIR en el mismo instante en que la autoridad de la Iglesia lo ponga en los altares.

Cuenca no ha de tolerar que, si preguntan en Roma dónde están los compatricios del Beato Padre Castillo, para colocarlos en sitio de honor en la Basílica Vati­cana durante la solemne fiesta, se haya de responder que no han ido…

Cuenca quiere, y ha de lograrlo, que los ojos del Beato Juan del Castillo, al bajarse sobre la multitud desde el cielo y desde el altar, se detengan complaci­dos en el grupo, cuanto más numeroso mejor, de sus paisanos, que han acudido a prestarle los primeros homenajes de su veneración, a recoger las prime­ras bendiciones de su intercesión.

Por eso, esperamos de vosotros, amados hijos nues­tros, que, haciendo honor a vuestra tradición de fervo­rosos católicos, tomaréis parte en esta piadosa Pere­grinación todos los que podáis, a fin de honrar a nues­tro Beato, llevar al Romano Pontífice el consuelo de vuestra fe y participar, al mismo tiempo, de los copio­sos frutos del Año Santo.

Dado en nuestro Palacio episcopal, el día 27 de Diciembre de 1933.

 

 CRUZ, Obispo de Cuenca.

Mes y fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, 27 de mayo de 1932

MES, FIESTA Y OCTAVA DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

 

 

            Después de leída la luminosa encíclica de nuestro Smo. Padre el Papa Pío XI, felizmente reinante, en lo que a la fiesta, octava y mes del Sagrado Corazón se refiere, y que deseamos que se lea por nuestros amados señores curas encargados de parroquia a los fieles de nuestra querida Diócesis, solamente hemos de encarecer la necesidad e unirnos al Vicario de Jesucristo nuestro Señor, para que, animados de su mismo espíritu resulte una obra de expiación, de reparación y de amor sumamente agradable al Divino Corazón de Jesús, la que todos junto le dediquemos en el próximo mes de junio.

Esperamos que todos los fieles de nuestra amada diócesis de Cuenca se den cuenta perfecta de la importancia que encierra este nuevo llamamiento de Su Santidad, y que todos, absolutamente todos, responderán como siempre en la medida de sus fuerzas, y acudirán llenos de fe, de entusiasmo y de amor al trono de las divinas misericordias para pedir las gracias y bendiciones que tanto necesitamos en estos tiempos de negaciones, de ingratitudes y olvidos. Esperamos, sí, que nuestros amados hijos de Cuenca y su diócesis, y muy especialmente las asociaciones parroquiales consagradas al Santísimo Sacramento y al Corazón divino de Jesús, manifiesten su fe viva, tomando parte activa en todos los actos que se celebren a honra y gloria del mismo, a fin de que revistan la mayor solemnidad y el esplendor posible.

Por nuestra parte, y abundando en los deseos de nuestro Smo. Padre el Papa Pío XI, que son los nuestros, venimos de disponer:

a)      Que en todas las iglesias parroquiales y conventuales de nuestra diócesis se celebre con toda pompa y esplendor la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús exponiendo a S.D.M. desde la terminación de la Misa hasta terminando el ejercicios de la tarde, o simplemente en este si así pareciera más conveniente. Respecto de nuestra S.I. Catedral, acordaremos con el Istmo. Cabildo los cultos que hayan de celebrarse.

b)      Que en el mismo día se haga el acto de reparación al Sacratísimo Corazón de Jesús, mandado por Su Santidad el Papa Pío XI, y publicado en el Boletín Eclesiástico del año 1928, página 166.

c)      Que durante la octava de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, que serán días de oración y de penitencia, según la mente del Papa, se celebren especiales cultos por la tarde, pidiendo por intercesión de la Santísima Virgen, Medianera de todas las gracias, aquellos favores y beneficios que más necesita el mundo y nuestra Patria en especial.

d)      Que durante todo el mes de junio se celebren los cultos que sea posible, con exposición mayor o menor de S.D.M., según aconsejen las circunstancias.

e)      Que se promuevan comuniones generales, especialmente en la fiesta y durante la octava del Sagrado Corazón de Jesús, pidiendo por las intenciones de Su Santidad, por las necesidades de la Iglesia Español, y por las de toda la Iglesia en general.

f)        F) Que, según la mente de nuestro Santísimo Padre el Papa Pío XI, se abstengan los fieles de asistir a espectáculos profanos en esos días de reparación, y que visiten con frecuencia a Jesús Sacramentado en su prisión de amor. Lleven principalmente a los niños a visitar a Jesús, que recibirá con todo agrado y amor sus plegarias inocentes.

      Para excitar más y más el celo d todos nuestros amados hijos, concedemos cincuenta días de indulgencia para cada uno de los actos de piedad que practiquen en el mes de junio, ya particularmente ya en colectividad.

      Cuenca, 27 de mayo de 1932.

 

 

      + CRUZ, OBISPO DE CUENCA.

Circular sobre el Santo Sacrificio de la Misa, 12 de julio de 1930

CIRCULAR

acerca de la materia del Santo Sacrificio de la

Misa y de la distribución y conservación del

Santísimo Sacramento de la Eucaristía.

Aun cuando son suficientemente claras y precisas las graves prescripciones contenidas en la importantísima Ins­trucción dirigida recientemente a los Reverendísimos Ordi­narios por la Sagrada Congregación de Sacramentos y publicada en el número 2 de este Boletín, del año actual, «acerca de algunas cosas que deben evitarse y de otras que hay que observar en la celebración del Santo Sacrifi­cio de la Misa y en la distribución y conservación del San­tísimo Sacramento de la Eucaristía», para su mejor obser­vancia por los señores Curas y encargados de iglesias —refiriéndose a Nos cuales dice la citada Congregación sciant super observantia praefatorum praescriptionem graviter onerari eorum conscientia— atendidas las cir­cunstancias de esta nuestra amada Diócesis, venimos en dictar las disposiciones siguientes: 

1.a En todos los Centros diocesanos de Conferencias Litúrgico-Morales se leerán, cuando menos, dos veces en distintas reuniones del año corriente la referida Instrucción con las Anotaciones que le siguen y esta nuestra Circular.

2.a   Los casos de conciencia que el Sr. Director de las mencionadas Conferencias   Litúrgico-Morales  proponga para su resolución durante algún tiempo, el que él juzgue preciso, versarán acerca de alguno de los puntos que abarca la referida Instrucción.

3.a El Profesor de Teología Moral de nuestro Semina­rio Conciliar hará en el próximo Curso a sus alumnos una amplía y metódica exposición de la tan repetida Instruc­ción, proponiéndoles diversos casos prácticos.

 

4.a Todos los señores Curas y encargados de igle­sias en la Diócesis, incluso los exentos, pondrán el mayor cuidado en la adquisición de la harina con que se han de fabricar las Hostias para celebrar la Santa Misa, procu­rando comprarla a comerciantes o labradores de conciencia; y aún veríamos con más satisfacción que algunas de las muchas Comunidades de Religiosas que hay en la Diócesis tomaran a su cargo, con las cautelas debidas, la fabricación de las hostias para todas las iglesias diocesanas.

 5º Cosa parecida decimos del vino, que ha de usarse en la celebración de la Saeta. Misa, que de ninguna, mane­ra ha de comprarse en tabernas o establecimientos de comidas, sino que ha de adquirirse en Casas de confianza, con preferencia en las que cuentan con el certificado de aprobación de algunos Rvdmos. Prelados, o el elaborado por cosecheros de conciencia, que no faltan en la Diócesis, o por sacerdotes reculares o Religiosos; lo que se ha de demos­trar con el correspondiente Justificante auténtico al pre­sentarse anualmente las cuentas de Fábrica respectivas en la Contaduría diocesana.

 

Las bandejitas que se usan para la distribución de la Sagrada Comunión han de ser de plata o metal dorado, totalmente lisas, y han de estar bien limpias de polvo, de gofas de cera y de cualquier mancha.

7.a Igualmente, los corporales, los purificadores, pañitos y sabanillas de altar, han de estar siempre sumamen­te limpios, sin mancha alguna, cual corresponde al supremo decoro que requiere el uso sagrado a que se destinan.

8.a A tenor-de lo que disponen el Ceremonia! de Obis­pos y la Sagrada Congregación de Ritos (1), la Sagrada Eucaristía debe de renovarse cuando menos semanalmente y siempre con hostias recientes, consumiendo previa­mente todas las partículas antiguas y purificando el Copón.

9.a   En las Iglesias de la Diócesis donde no se dispon­ga de los lugares convenientes que señala la supradicha Instrucción, apartado III, B) para .instalar con la debida decencia la Santísima Reserva que se guarda para, si es preciso, administrar el Viático a los enfermos durante el último triduo de Semana Santa, se colocará después de la Misa y procesión del Jueves Santo dentro de la Urna del Monumento, detrás del cáliz, hasta la terminación de la Misa de Presantificados del Viernes, que se llevará a su Sagrario habitual sin que en éste se ponga ornato alguno ni  más luces que la lámpara, y sin que puedan celebrarse en todo el día del Viernes actos de culto eucarístico.

10.a En la Conferencia Litúrgico-Moral del mes de Octubre próximo todos los señoras Curas y encargados de iglesias darán cuenta por escrito, que se leerá en pre­sencia de todos los asistentes, a! Sr, Presidente del Centro respectivo de las medidas tomadas en cada una de las iglesias para el más exacto cumplimiento de las indicadas prescripciones de la Sagrada Congregación de Sacramen­tos y de estas nuestras disposiciones; y lodos los señores Presidentes de Centros enviarán esas notas a nuestra Se­cretaría de Cámara antes del día 31 de dicho mes de Octubre..

Cuenca, 12 de Julio de 1930

 CRUZ, Obispo de Cuenca.