Raimunda Parra Belinchón

Nacida en Zarza de Tajo el día 5 de diciembre de 1885, contrajo matrimonio canónico con Gregorio García-Cuenca Vellisca, de cuyo matrimonio nacieron siete hijos de los que vivieron cinco: Paz, Eusebia, Juliana, y Eusebio y Sabino que fueron martirizados con su madre. Los padres de Raimunda eran católicos practicantes por lo que la educaron en la fe católica. Ejemplar en el comportamiento con sus padres, su vida era correcta con toda la vecindad. Con todos trataba y con todos se llevaba bien. Era una mujer sencilla, humilde, servicial, trabajadora y muy piadosa. Asistía con frecuencia a la Santa Misa.

  Era muy piadosa y buena, ejemplo de resignación cristiana y de moralidad, habiendo llevado una vida de mártir (ya que su esposo, muy distinto a ella y que se oponía a que educase a los hijos cristianamente y los llevase a Misa, la maltrataba continuamente. Ella lo ofrecía todo a Dios). Cuando la detuvieron fue sacada del pueblo muy escoltada por caballos, “como si fuera algo grande”, junto con su hijo Sabino. La llevaron por cerros y barrancos, sin comer ni beber, para buscar a su hijo Eusebio, diciéndoles ella: “¡Matadme a mí, pero dejad a mi hijo!”. La insultaban y ella iba cantando el Rosario en alta voz, imperturbable. Al no encontrar al hijo que buscaban porque estaba detenido en Guadalajara, los milicianos del pueblo mataron a la madre y al otro hijo a pesar de que ella pedía a los asesinos piedad para éste: “¡Dejad a mi hijo, que no ha hecho nada!”. Murió con la ejemplar resignación del mártir por la fe, por la piedad y por la Patria”.

Su hija Paz, de noventa y cuatro años explicaba: Los milicianos nos detuvieron a mi madre y a mí, teniéndonos en la iglesia convertida en cárcel. Yo tenía mucho miedo y mi madre me decía que era el mejor sitio donde nos podían llevar y que rezara mucho. A las veinticuatro horas nos soltaron. Ocho días más tarde detuvieron de nuevo a mi madre, esta vez con su hijo Sabino, mi hermano. Todos los días los sacaban por el campo para buscar a su otro hijo, Eusebio, que junto con un grupo de hombres de Zarza de Tajo, animados por él, había impedido unos meses antes que robaran y quemaran el templo parroquial. Como no lo encontraban, volvieron a llevarla a su casa. Pero dos días después, la encarcelaron de nuevo con su hijo Sabino. Al día siguiente llegaron al pueblo tres o cuatro camiones de milicianos sólo con la intención de detenerla con su hijo Sabino para que les ayudaran a encontrar a su otro hijo, Eusebio. Al día siguiente los llevaban a la iglesia de Belinchón. Ella, que era muy devota del Santo Cristo, deseaba llegar para rezarle, como tantas veces lo había hecho. Siempre animaba a su hijo a tener fe y a rezar. Los milicianos le repetían una y otra vez que ya no criaría más hijos católicos. Ella rezaba el Rosario (todos los días lo rezaban en la casa). Pararon el camión en las “Emes de Belinchón”. Les mandaron bajar y que caminasen hacia la iglesia. Y caminando hacia la iglesia los fusilaron. Los milicianos se acercaron para ver si estaban muertos y ella, con el último soplo de su vida, dijo: ¡Dios mío, perdónalos, que no saben lo que hacen!

Fueron sus últimas palabras. Tenía cincuenta y un años cuando murió”.

Murió asesinada el 22 de agosto de 1936 en las “Emes de Belinchón” por ser una buena madre católica. La mataron por odio a la fe cristiana. Sus familiares y paisanos la tienen como mártir y piden su beatificación.

 

 

 

 

 

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