San Julián, un hombre bueno
San Julián Obispo de Cuenca
Palomino, Juan Bernabé (1692-1777)
"Yo Julián, Obispo por la Gracia de Dios"
San Julián fue el segundo obispo de la Diócesis de Cuenca, a cuyo frente estuvo diez años, sucediendo a D. Juan Yáñez.
Fue un verdadero padre para los pobres, que ayudó, con su dinero y con su trabajo, las necesidades de los menesterosos, de las viudas y de los huérfanos. Empleó los réditos de su iglesia tanto en ayudar a los míseros como en instaurar y ordenar los templos; contentándose, para vivir con poco sustento que procuraba con sus propias manos. Era asiduo en la oración, con cuya fuerza, ardiendo en paterna caridad, consiguió de Dios muchas y grandes cosas a favor de su pueblo
Lectura V del Oficio de Maitines
Figura documentada
Apenas un puñado de documentos, y todos ellos de carácter administrativo, nos han dejado datos de San Julián. En julio de 1197 era arcediano de Calatrava. Lo acredita un documento de compra-venta conservado en el archivo capitular de Toledo, por el cual don Julián adquiere la heredad de Hazaña, por valor de 600 mizcales de oro, siendo el vendedor el abad de Santa María de Husillos (Palencia), don Gonzalo Pérez. Este documento es el que ha hecho pensar que don Julián habría sido de origen toledano mozárabe. El documento está redactado en árabe, siendo así que el abad don Gonzalo no era ni tenía ascendencia mozárabe que le impulsase a utilizar tal idioma en un documento por él suscrito. Lo más significativo es que al comprador, que es el arcediano de Calatrava, se le da el nombre de Julián ben Tauro, denotando su apellido que su ascendencia sí era mozárabe.
Tras la conquista de Cuenca por Alfonso VIII el 21 de septiembre de 1177, por las bulas Sicut per excellentie de Lucio III de 1 de junio de 1182, dirigidas al rey y al obispo electo don Juan Yáñez, se había erigido la sede episcopal de Cuenca como heredera de las antiguas diócesis visigodas de Ercávica y Valeria. Paulatinamente se fue organizando el territorio y desarrollando la economía de base, ganadería y agricultura, junto con la industria manufacturera de tejidos y la madera de los pinares de la serranía. Esta Cuenca en vías de organización material y espiritual es la que va a recibir al obispo san Julián.
Con toda probabilidad el obispo Juan Yáñez murió en Cuenca el 15 de diciembre de 1197. Don Julián sería el segundo obispo y como tal figura ya en los primeros meses de 1198. Habría sido presentado por el rey, como era costumbre, y ordenado en Toledo por el arzobispo don Martín López de Pisuerga. Don Julián había sucedido en el título de arcediano de Calatrava, a su antecesor don Juan Yáñez, y ahora le sucedía también en la silla conquense.
La documentación conservada en Cuenca sobre San Julián nos lo presenta siempre como buen hombre de gobierno y promotor de concordia en una sociedad fronteriza. Deseó dar solidez a la institución capitular catedralicia, erigida por su antecesor, otorgando el primer Estatuto al Cabildo conquense en 1201, en el que se advierte, junto a las prescripciones disciplinares, una auténtica preocupación por el bien de sus componentes. Este documento es el único conservado en Cuenca con una firma autógrafa de san Julián.
Tendentes a la armonía, la pacificación de ánimos y la equidad, fueron una serie de acuerdos, que, por su mediación, se firmaron entre el Cabildo y el Concejo de la ciudad para regular las relaciones entre los familiares o criados del cabildo y los ciudadanos de Cuenca, así como entre el mismo Cabildo y los clérigos de la ciudad y sus aldeas, tratando de suavizar el poder que los canónigos ejercían sobre estos.
Podemos imaginar la auténtica preocupación del santo obispo por la creación de parroquias rurales en los lugares recién conquistados y en los que se continuaban asentando sin parar grupos de cristianos venidos del norte. De esta época se conservan en la diócesis numerosos ejemplos de templos edificados con materiales más bien pobres, en un estilo que ya no era el puro románico que ha sido calificado de protogótico, y también una larga colección de pilas bautismales. Asimismo, es verosímil que San Julián participara en la elección de las innovadoras trazas góticas del templo catedral, junto a cuyas primeras hiladas de piedra sería después enterrado.
Según el Obituario de la Catedral de Cuenca, la muerte o tránsito de San Julián tuvo lugar el día 20 de enero de 1208, conforme a la tradición, a la edad de 80 años.
La tradición
Bien sabéis que estas manos han bastado para cubrir mis necesidades y las de los que están conmigo. Siempre os he enseñado que es trabajando como se debe socorrer a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús, que dijo: “Hay más dicha en dar que en recibir
Otros datos de su biografía comúnmente aceptada son fruto del piadoso recuerdo de su figura transmitido desde muy temprano y acuñado definitivamente por la hagiografía de la época. Una larga tradición hace a San Julián oriundo de la ciudad de Burgos, hijo de honrados y piadosos padres. Su nacimiento, en 1128, estuvo acompañado de señales que daban a entender lo que sería su santidad y su dignidad episcopal, como la aparición en su bautismo de un ángel ornado de las insignias episcopales de mitra y báculo, el cual manifestó a los presentes que debían imponer al niño el nombre de Julián.
Desde la muerte de su madre se entregó directamente al trato con Dios retirado en soledad en la Vega de la Semella, junto al río Arlanzón, en Burgos.
Según el Obituario de la Catedral de Cuenca, la muerte o tránsito de San Julián tuvo lugar el día 20 de enero de 1208, conforme a la tradición, a la edad de 80 años.
Algunos biógrafos exponen las correrías apostólicas de San Julián por toda España. Tanto los reinos cristianos del Norte como las tierras musulmanas habrían sido testigos de su celo por la salvación de todos. Por su labor como misionero, su fama habría llegado a conocimiento del arzobispo de Toledo, que ofreció a San Julián cubrir la vacante del arcediano de Calatrava.
Caritativo en grado heroico, nada quedaría de sus rentas episcopales después de repartirlas entre los menesterosos especialmente en tiempos de hambre y epidemia. Como Pablo habría trabajado para ganar su sustento sin ser gravoso a nadie; San Julián se ejercitaba, en sus ratos de soledad, en los trabajos manuales, principalmente en el trenzado del mimbre y la fabricación de cestillas, un producto cuya venta sostendría al santo obispo y ayudaría a la manutención de los más pobres.
Colofón insigne, ha querido la leyenda hagiográfica barroca que fuera la Virgen misma quien, al final de sus días y en prueba del triunfo celeste alcanzado, le entregara una palma idéntica a la que exhiben los mártires.
Culto
Tras un fugaz intento realizado en 1447, San Julián recibe culto ininterrumpido en la catedral de Cuenca desde 1471. Con seguridad, se produjo en ese momento la elevatio de san Julián que era el modo de canonización de la época. En memoria a San Julián y su caridad, el Cabildo conquense instituyó, también a principios del siglo XV, la llamada Arca de San Julián o de la Limosna, que se convirtió en una institución benéfica para atender las necesidades de los desheredados.
En 1518 fue trasladado su cuerpo a la que hoy conocemos como capilla vieja de san Julián o de la reliquia, sucediéndose numerosos milagros en torno a su sepulcro. En 1595 se produjo la canonización romana, aprobándose el rezo propio de san Julián para la diócesis conquense y difundiéndose desde entonces su figura como patrono e intercesor de esta Iglesia particular.
El 8 de septiembre de 1760 con enorme solemnidad se inauguró el altar llamado del Transparente con el traslado al mismo de los restos del santo. La traza fue del arquitecto Ventura Rodríguez y la escultura de las virtudes y relieves de la vida del santo fueron obra de Francisco de Vergara. Durante casi dos siglos se conservó en ese altar el cuerpo incorrupto de san Julián en el arca, hecha de madera preciosa, forrada de planchas de plata repujada, costeada por el obispo Alonso Antonio de San Martín. Durante los sucesos de la Guerra Civil, un día de octubre de 1936, el arca fue destruida y el cuerpo del santo quemado en el patio del palacio episcopal. Recogidos de las cenizas, en 1944, fueron autentificados treinta y siete fragmentos óseos del cuerpo de San Julián y en 1947 fueron colocados en un arca nueva que fue sufragada por suscripción popular, donde actualmente siguen siendo venerados.
Aviva, Señor, en tu pueblo, el espíritu de caridad que tan copiosamente infundiste en tu obispo san Julián;
y concede a cuantos celebramos su fiesta poder llegar hasta Ti, imitando sus ejemplos.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Nuestra Señora de las Angustias
¡Oh vosotros, todos los que pasáis por el camino, atended y mirad si hay dolor como mi dolor!
Lamentaciones 1, 12
Fueron San Anselmo y San Bernardo en el siglo XI unos de los primeros impulsores de la devoción mariana que venera su sentido llanto al pie de la cruz, después, Servitas y Franciscanos la extendieron por toda la cristiandad.
María ha estado íntimamente unida a la vida y misión del Salvador, también en el momento de la cruz, «sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima» (Lumen gentium, 58). María, unida a la pasión de su Hijo, subraya su voluntad de participar en el sacrificio redentor y unir su sufrimiento materno a la ofrenda sacerdotal de su Hijo y en este supremo «sí» de María resplandece también la esperanza confiada en el misterioso futuro, suscitando la espera y el anhelo de la Resurrección. Así el dolor de María se convierte en consuelo y esperanza para el creyente.
Siglos de fervor traducidos en plegarias constantes. Historia de amor, de dolor, de esperanza, de gratitud y de alegría escrita, día a día, en la sencilla página del santuario con el rezo y las lágrimas. Fervor, amor e historia ofrendados a esta imagen de las Angustias, tenida por Patrona de la Diócesis y coronada por los pueblos
(Martín Álvarez Chirveches, Nuestra Señora de las Angustias, 1960)
Muy larga es la historia de la devoción conquense a la Virgen de las Angustias. Aunque sin fuentes documentales, la tradición asegura que en el siglo XIV existía ya una pequeña ermita en la ciudad de Cuenca, junto al río Júcar, que era visitada por los fieles para elevar sus oraciones ante la imagen de María al píe de la cruz. Del siglo XV se conserva un altorelieve en piedra caliza de pequeñas dimensiones que se sitúa sobre la dovela central en la portada de la ermita, representando el llanto de la Virgen Madre ante el cuerpo muerto de su Hijo puesto sobre sus rodillas.
En este paraje próximo a la puerta de san Bartolomé horadada en la roca, se funda el convento de san Lorenzo mártir, en la casa dejada para tal efecto por Marco de Parada, arcediano de Alarcón. En 1581 ya se habían instalado en él los Franciscanos descalzos venidos del convento de San Bernardino de Madrid. Es antes de la edificación de la iglesia conventual (entre 1608 y 1610) cuando aparece la primera referencia documentada a la ermita de la Virgen de las Angustias enclavada en la clausura conventual.
La gran devoción y afluencia de fieles debió hacer que los franciscanos solicitasen unos terrenos próximos al convento para la construcción de la ermita exenta de su cenobio. El 8 de diciembre de 1658 quedó colocada la imagen de la Virgen de las Angustias en la primera ermita en la ubicación que hoy conocemos.
El oratorio, que debía ser de escasas dimensiones, es ampliado en 1665 y de nuevo en 1721, adquiriendo su configuración actual de planta de cruz latina, bóveda de cañón y cúpula con pechinas en el crucero. En 1758 está fechada la elegante portada de la ermita que algunos atribuyen al arquitecto turolense, José Martín de Aldehuela.
También en esta época, en torno a 1790, se debió renovar la imagen de la Virgen de las Angustias al gusto de la época. Si bien la talla era considerada de factura anónima, algunos la atribuían a Salvador Carmona y habría sido realizada por encargo de José Carvajal y Lancaster y Alfonso Clemente de Aróstegui. Fue destruida en 1936 durante la contienda civil.
Después, de aquellas cenizas resurgiría con nueva fuerza la devoción a la Madre de las Angustias. El 19 de marzo de 1944, D. Inocencio Rodríguez Díez, obispo de Cuenca, bendijo la nueva imagen adquirida por suscripción popular en los talleres de José Rabasa y que probablemente tallara el valenciano Enrique Galarza Moreno. En 1955 se inauguró el nuevo retablo obra de Apolonio Pérez y Cecilio Hidalgo, según proyecto del escultor Luis Marco Pérez.
En junio de 1955 el Obispo pedía a Roma la coronación canónica de la imagen de la Virgen de las Angustias, y fue concedida por Breve pontificio el 6 de septiembre de ese mismo año. Desde ese momento comenzó la preparación de esa celebración que se prolongó durante casi dos años. El cardenal Pedro Segura, arzobispo de Sevilla, muy devoto de la Virgen de las Angustias, insistió en que la corona fuera obra del orfebre sevillano Fernando Marmolejo. Esta corona se elaboró con plata, oro, brillantes, diamantes, turquesas, zafiros y esmeraldas, en buena parte donación de infinidad de devotos. El artista propuso que en ella se integraran sin desmontar las joyas más notables para que siempre pudiesen ser identificadas, una de ellas es la cruz que remata la corona, pectoral donado por el Cardenal Segura.
Oh, Virgen de las Angustias, rosa que hirió la aflicción, triste Madre dolorida que miras ya muerto a Dios; a ti, de lágrimas llena, siempre unida a tu dolor, Cuenca entera te consagra, rosa, rosa, el corazón.
Ya que fueron los pecados siete espadas de dolor, las perlas de esta corona lágrimas de pena son.
El 31 de mayo de 1957 fue coronada canónicamente la imagen de la Virgen de las Angustias por el entonces nuncio de su Santidad en España, Mons. Hildebrando Antoniutti. A esta coronación acudieron un sin fin de pueblos de toda la Diócesis acompañando las ciento cuarenta imágenes que formaron la procesión (una lápida lo recuerda en la pared de la ermita), calculándose que participaron unas doscientas mil personas. Este acontecimiento vino a reavivar la devoción de siglos los conquenses han tenido a la Madre de Dios.
Aunque la Virgen de las Angustias era tenida ya por patrona de la Diócesis, este patrocinio fue declarado solemnemente por bula de Juan XXIII en 1962.
“El papa Juan XXIII para perpetua memoria del hecho
Traspasada por una espada de agudos dolores, como le había anunciado Simeón pocos días después del parto virginal, la Santísima Virgen María […] se encuentran muchos lugares en los que ella, venerada con el ilustre nombre de Patrona principal, […] como Nos ha manifestado hace poco a través de su carta el venerable hermano Inocencio Rodríguez Díez, así ocurre en la Diócesis de Cuenca, donde los fieles honran con gran entusiasmo y con ánimo sincero a esta Virgen, llamada en español «Nuestra Señora de las Angustias», y pidiendo a Nos el mismo obispo que fuese confirmado su celestial patronazgo sobre toda la Diócesis expresado por decreto de la Sede Apostólica, […], en virtud de estas Letras y para siempre, constituimos y declaramos a la Santísima Virgen María de las Angustias, comúnmente llamada «Nuestra Señora de las Angustias», Patrona celestial ante Dios igualmente principal de la Diócesis de Cuenca, juntamente con San Julián, segundo obispo de la misma Diócesis, con todos los derechos y privilegios que litúrgicamente tienen los patrones de los lugares. […] Dado en Roma, junto a san Pedro, bajo el anillo del Pescador, el día 13 del mes de abril del año 1962, cuarto de nuestro pontificado.
Esta es en grandes líneas la historia de la devoción a Nuestra Señora de las Angustias, Madre querida de esta Iglesia particular de Cuenca, que nunca deja de ser visitada e invocada por sus fieles en su santuario en las orillas del Júcar. En palabras del poeta conquense Federico Muelas:
La Virgen de las Angustias es, sencillamente la devoción […] a ella se va para hablarle más que para rezarle, para contarle más que para decirle […] su ermita está escondida entre las rocas, custodiada por raros gigantes de piedra, colosales centinelas embozados en yedras milenarias
(Cuenca. Tierra de sorpresas y encantamientos)