Queridos catequistas:
En vista de que la situación de la pandemia sigue más o menos igual, he pensado haceros llegar unos puntos de reflexión para encauzar esta Cuaresma, igual que hicimos en Adviento.
He pensado centrarme en los textos del Evangelio de cada uno de los domingos y en los salmos responsoriales de los cinco domingos que la liturgia nos propone en este tiempo de Cuaresma.
Os propongo partir de nuestra propia vulnerabilidad (algo de lo que nos queda constancia en esta travesía que vivimos como consecuencia del COVID19), desde nuestra pobreza más radical, para poner en manos del Señor nuestra vida y dejarnos sanar por Él. De hecho el signo de la ceniza que utilizamos en el rito de inauguración de este tiempo especial, simboliza esto: nuestra nada que, en manos de Dios y dejándonos conducir por Él, puede lograr buenos y abundantes frutos.
No se trata de examinar a nadie, ni de juzgar nuestra conducta, se trata de reconocer nuestras heridas para dejar que sea el Señor quien las sane. Es un trabajo de introspección, un bucear en nuestro interior para vivir este tiempo que nos conduce hasta la Pascua, momento en el que celebramos la renovación de nuestro bautismo, nuestro compromiso de ser discípulos misioneros de Jesucristo. Sólo sanados, revitalizados, podemos experimentar el paso transformador de Jesús por nuestra existencia creyente.
Y propongo contemplar tres aspectos de nuestra vida relacional dentro de nuestro ministerio catequético:
*la relación entre nosotros los catequistas.
*la relación con los catecúmenos a los que acompañamos (niños, jóvenes, adultos).
*la relación con el resto de servicios y ministerios dentro de nuestra comunidad cristiana, de nuestra parroquia.
Espero, de todo corazón que os sirva y sea de provecho para todos en nuestra vida y en nuestra tarea evangelizadora.
- TUS SENDAS, SEÑOR, SON MISERICORDIA Y LEALTAD PARA LOS QUE GUARDAN TU ALIANZA. [LAS TENTACIONES DE JESÚS (MC1, 12-15)].
Jesús fue tentado durante cuarenta días, pero no sólo durante cuarenta días; Jesús, como nosotros, fue tentado siempre, y especial y más duramente en el último momento de su vida, en el zenit de su misión (“Si eres el Hijo de Dios, baja de la Cruz y creeremos en ti”). Todos y cada uno de nosotros somos tentados, yo soy tentado en cada momento, siempre que mis miedos, mis inseguridades y mis frustraciones me apartan de la tarea que tengo encomendada, cada vez que dejo de creer en mí y me alejo de mi misión, estoy siendo tentado, tentado para dejar de lado el plan salvador que Dios tiene para mí y para los que me rodean.
¿Cómo me afecta esto? ¿puedo describir esa desconfianza en mi mismo? ¿hasta dónde me daña? Trato de analizarlo en los tres aspectos que hemos propuesto…
Y ahora entrégaselo al Señor, colócalo en sus manos sanadoras para que Él reconduzca tu vida por sus sendas (Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad para los que guardan tu alianza), deja que sea Él quien derrame su misericordia sobre ti, es el Señor quien con su compasión sana tus heridas y te hace leal a Él, a su mensaje, a la misión que te ha encomendado como catequista. Guardar la Alianza del Señor, no es ser perfectos por nosotros mismos, por nuestro voluntarismo de hacer las cosas bien; caminar por las sendas de Señor es dejar que Él, con su misericordia, nos sane, nos muestre su rostro amoroso y nos fortalezca para seguir adelante sin hacernos daño con nuestros errores y equivocaciones, si no dejando que sea Jesús quien modele nuestro corazón, aceptando nuestra debilidad. Guardar la alianza del Señor es amarnos de la misma manera que Él nos ama.
- CAMINARÉ EN PRESENCIA DEL SEÑOR EN EL PAÍS DE LOS VIVOS. [LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR (MC 9, 2-10) ].
Y se transfiguró delante de ellos, cambió de figura, de forma, de aspecto exterior; y lo hizo para fortalecer la fe de los discípulos en Él en los duros momentos que habían de llegar en la Pasión, porque no hay otro camino para llegar a la Resurrección. Nosotros, a veces, también queremos quemar etapas, queremos pasar por encima de las situaciones que nos resultan desagradables, sin dejarnos enseñar por ellas, sin realizar dentro de nosotros el aprendizaje que esas situaciones difíciles nos aportan. Sin embargo el Señor hace escuchar a los discípulos elegidos una voz: “Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo”.
Nosotros, yo, ¿quiero escuchar a Jesús cuando me pide cosas complicadas? ¿me propongo seriamente escuchar y aprender de la realidad? ¿o echo balones fuera? ¿Asumo lo que sucede, entro en oración y se lo expongo al Señor para que Él me ayude y me disponga interiormente? ¿o me pongo a discutir con mis compañeras y compañeros qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos?
Fijaos que Jesús, delante de nosotros en el Tabor de cada altar, no sólo cambia de figura, cambia de substancia: el aspecto exterior continúa siendo el mismo, lo que se transforma es la realidad. ¿Me hago consciente del milagro que ocurre delante de mis ojos en la celebración de cada Eucaristía? Y ese milagro del que soy testigo ¿me ayuda a tomar conciencia de lo poderoso que es el amor de Dios cuando le dejo actuar en mi vida?
Esa fuerza transformadora del amor liberador y sanador de Dios nos debe llevar a caminar en presencia del Señor en el país de los vivos, a ser presencia del amor de Dios para que las personas que hay a nuestro alrededor tengan una vida plena; dejar que sea el amor de Dios quien nos fortalezca a la hora de afrontar las dificultades y mostrar así a quienes comparten y celebran la fe con nosotros que merece la pena escuchar a Jesús y confiar plenamente en Él.
- SEÑOR, TÚ TIENES PALABRAS DE VIDA ETERNA. [Él sabía lo que hay dentro de cada hombre. EXPULSIÓN DE LOS MERCADERES DEL TEMPLO (JN2, 13-25)].
Él sabía lo que hay dentro de cada hombre; Él sabe lo que hay dentro de tu corazón, en lo más íntimo de tu ser, a Él no le puedes ocultar nada, no te molestes en disfrazarte, ni en aparentar lo que no eres. Él te conoce y te ama así, con toda esa mochila que vas cargando y que muchas veces te agota y te dobla la espalda.
Y así tienes que caminar tú: amándote con tu carga a cuestas, pero consciente de que Su amor te quiere (y te necesita) libre de ella; porque si tú no te liberas, difícilmente podrás ayudar a otros a liberarse ¿cómo pretendo educar a un niño a perdonar si yo vives cargado de rencores y de resentimiento? ¿creo que eso se puede disimular?
NO TE ENGAÑES, como se engañaban los mercaderes del templo y los que hacían del templo y de lo sagrado un negocio a costa de los más pobres y sencillos.
Él tiene palabras de Vida Eterna, porque Él es Palabra, es Vida y es Verdad, vive para siempre. Déjate habitar por Él, deja que su Libertad inunde tu existencia, y no te sometas a nada ni a nadie que emborrone la claridad del Evangelio, o que pretenda hacerlo (sobre todo si está teñido por un barniz de falsa religiosidad que no va más allá de pobre devoción, pero no es Amor). Pero Él hablaba del templo de su cuerpo y aquellos creían, y muchos de nosotros hoy creemos –o preferimos creer-, que habla de edificios y de piedras… Y muchos de nosotros, y tú y yo, nos preocupamos del patrimonio y de la decoración de iglesias, ermitas y capillas (¿qué decir de las imágenes?) antes que preocuparnos restaurar y devolver la dignidad a las personas a las que se les arrebata o se les pretende negar.
- QUE SE ME PEGUE LA LENGUA AL PALADAR SI NO ME ACUERDO DE TI. [ENTREVISTA CON NICODEMO. El que obra la verdad se acerca a la luz (JN 3, 14-21)].
Para que todo el que cree tenga vida eterna (…); para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna (…); para que el mundo se salve por él (…); para que se vea que sus obras están hechas según Dios. La salvación que Dios nos ofrece mediante la persona de Jesucristo es la vida eterna, vivir en la Luz del Amor de Dios en lugar de escondernos en nuestra tiniebla y nuestra oscuridad; vivir en la luz de Dios es vivir en su amor, en su misericordia, en su compasión, en su perdón.
Mi vida como catequista debe ser un acompañamiento a otras personas dejándome llenar de ese amor y de esa luz de Dios, que sabe a vida eterna; porque si creo en la vida eterna mi existencia finita tiene que ser el reflejo de lo que espero vivir después de salir de este mundo. La vida eterna empiezo a vivirla aquí siendo luz en mi existencia cotidiana y reflejo del amor de Dios.
Esto no significa que tengamos que ser perfectos, irreprochables, que todo absolutamente lo hagamos bien, si no que, conscientes de nuestra fragilidad, no nos alejemos de la Luz del amor de Dios precisamente para ver qué aspectos de nuestra vida necesitamos continuar poniendo en sus manos y dejando que sea Él quien nos sane. No tenemos que ser ejemplares porque lo hagamos todo bien, si no en dejarnos iluminar, sin escondernos, para ser capaces de ir superando nuestra debilidad. El aprendizaje que deben hacer nuestros catecúmenos es que nos podemos dejar sanar y restaurar por el amor de Dios, porque Jesucristo se ha hecho hombre para salvarnos, no para juzgarnos.
Esto es lo que no se nos puede olvidar, esto es lo que no debemos dejar de recordar nunca (que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti): que la salvación que Dios nos regala es poder vivir en su amor.
Cuando me enfado conmigo mismo, con el mundo, con las circunstancias que me rodean ¿se centrarme en el Dios que es amor que me sana y me salva, me libera de la opresión del mal? ¿o me dejo abrumar por el dolor y me considero una persona que no merece el perdón del Señor, porque siempre me equivoco en las mismas cosas y cometo los mismos errores? Si vives en ese pesimismo permanente ¿crees que puedes mostrar a los catecúmenos que acompañas que Dios es Vida, Luz, Amor, Salvación?
El amor de Dios por el ser humano, por todas y cada una de las personas es tan grande, tan inmenso, tan sin límites (Porque tanto amó Dios al mundo) que entregó a su Hijo (…), no para condenar al mundo, si no para que el mundo se salve por él. Esa es nuestra convicción y nuestra alegría más profunda, y eso es lo que necesitamos transmitir y comunicar a todos con nuestro modo de vivir.
- OH, DIOS, CREA EN MI UN CORAZÓN PURO. [Queremos ver a Jesús. Y CUANDO YO SEA ELEVADO ATRAERÉ A TODOS HACIA MI (JN 12, 20-33)].
Este es el sentido profundo de la Cuaresma y de todo el itinerario vital de un cristiano, y por lo tanto de un catequista: morir para dar fruto. Morir a mis miedos, a mis inseguridades, a mis frustraciones, para poder dar lo mejor de mí a las personas que acompaño en su proceso de formación cristiana.
Ellos y yo queremos ver a Jesús. Y Jesús quiere atraernos a todos hacia Él. Esta confluencia de fuerza y de atracción es la obra del Espíritu que nos eleva a vivir en la Unidad del amor de Cristo.
Nuestro interés, mi interés, acerca de Jesús no es mera curiosidad, es el deseo íntimo de conocerle interiormente para ser como Él es, para vivir lo que Él vive y de la misma manera que Él lo vive. ¿De verdad me hago consciente de esta realidad cada día de mi vida? ¿QUIERO SER COMO JESÚS?, ¿es este mi propósito existencial más irrenunciable? ¿o antepongo otros deseos y otros caprichos a esta necesidad vital?
Así pedimos al Señor insistentemente: Oh, Dios crea en mi un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme… Necesitamos que sea el Señor el que nos renueve interiormente, porque conocer más a Jesús, querer estar y vivir cerca de Él, es hacer que nuestra relación con Dios Padre sea lo más cercana posible a la que Jesús y Él tienen entre ellos: una relación de confianza plena, absoluta, donde no hay espacio para la duda, la sospecha o la desconfianza; porque renovando constantemente nuestra relación de confianza con el Padre Dios, es como se transforma nuestro corazón. En esta relación de confianza plena, carece de importancia lo que tengamos que entregar al Señor, porque toda nuestra vida está en Él; eso significa “aborrecerse” (que nos suena tan mal), porque el sentido no es dejar de amarme yo mismo, sino que tenga mucho más interés en vivir del modo que Jesús lo hace, que dejándome guiar por mis pequeñeces y mezquindades. Y así es como sana el corazón. Este es el proceso que vivimos para llegar purificados, renovados, a la Pascua.
*Os invito a vivir intensamente el Triduo Pascual en vuestras parroquias, a participar, en la medida que podáis, en la liturgia de estos días tan intensos y tan especiales. Y pido al Señor para todos y cada uno de los catequistas de nuestra diócesis de Cuenca que nos colme de su amor y su misericordia, para que seamos testigos de sanación y de liberación entre nosotros, con los catecúmenos y con los demás servidores de nuestra comunidad, y –así- con todas las personas que nos rodean.
DIOS OS BENDIGA +
Antonio López Villar. Delegado Diocesano de Catequesis y Catecumenado.